La vida es una vagabunda, calles y calles que se entrelazan sin sentido, todas llegan al mismo lugar, ninguno, aunque todos los caminos conduzcan a Roma, ésta es cualquier cosa, cualquier parte, cualquier persona, es más es posible que ni siquiera exista, sino que sea un de esas otras tantas fantasías como el cielo o el infierno a dónde las personas sin alma creen que van a terminar, porque tienen alma.
El juego se torna algo repetitivo, no de una mala manera, solamente es repetitivo, el juego de las 24 horas diarias de pensamientos fugaces que se estrellan contra la muralla de la realidad que es muy diferente a lo que nos habían dicho. Se torna eternamente repetitivo entre dudas, pensamientos, ilusiones, acciones, el maldito Karma de siempre que merodea las esquinas esperando a caernos, a veces sin ni siquiera haber cometido algún delito lo suficiente humanitario como para merecerlo. Pero debe andar desempleado en éstos tiempos en dónde parece que ya no importa la causa y el efecto, dónde no tiene ninguna relación las cosas, ni uno, ni los demás, ni nada.
Y uno se vuelve como todos, hace uno un chequeo de la lista y ya no hay muchas cosas que realmente lo diferencien a uno de los demás, tarde o temprano terminamos haciendo las mismas cosas, “a nuestra manera”, pero es lo que seguramente quieren que creamos, que existe “nuestra manera”, pero al final no es más que un conteo regresivo para caer en lo mismo que han caído todos. De pronto la gracia del juego está en salir de ciertos círculos y pasar a otro nivel y así sucesivamente, lastimosamente estos niveles siempre son ocupados por semejantes que simplemente andan de un lado para otro, quizás a veces hasta devolviéndose, las tentaciones y los vicios de la humanidad agobiada y doliente que hacen que recaigamos en lo mismo miles de veces.
Calles y calles, infinitas calles largas, angostas, delgadas, puntudas, agrestes, asesinas, y la lluvia, esa que nubla el panorama, que nos empuja de un lado a otro, nos hunde cada vez más en la endeble tierra que pisamos, sin rumbo. Qué más puede quedar al final si todo se convierte en el mismo círculo de no saber a dónde se va, y si se llega, no saber dónde se está, ni para qué, ni por qué o para quién. Llegar para seguir saliendo una y otra vez a rumbos indefinidos, impulsos, instinto, deseos, placeres, vicios y más vicios de cuerpo y mente, la necesidad absurda de simplemente no perderse, para al menos poder volver a encontrarnos en algún momento, frente al espejo, desnudos en la calle, boca arriba, absortos, ciegos, mundanos y divinos. Toda la eternidad en un momento, un momento que cambiará el rumbo de tu vida para siempre, la vida que es menos que un microscópico segundo universal, esa a la que tanto nos aferramos, a la que muchas veces le tenemos miedo, esa que tanto pensamos, a la que tanto le damos vueltas, esa que se nos escapa con cada respiro y cada mirada que hacemos al infinito.
Ésa que se ha perdido entre calles que se entrelazan, se separan, se unen, desaparecen, se convierten en toda una telaraña de sin sentidos con sentido, que eventualmente llegan al mismo lugar, ese al que todos vamos, al que todos llegamos, pero al final no sabemos para ni por qué. Ése que nos espera mudo, mientras nosotros no hacemos sino agregar cosas a la lista, ésa que nos hace igual a todos, esa que al final no tiene más sentido que hacernos perder el tiempo pero dejarnos una gran carga moral, simplemente porque no entendemos absolutamente nada del por qué y para qué de todo aquello que tiene esas respuestas sin sentido que no sabemos ni por qué nos preguntamos, pero es lo que nos hace seguir, inevitablemente, al olvido del tiempo, y es ahí cuando ya todo pierde cualquier sentido y se convierte en un juego cruel y despiadado que nos convierte en esclavos de un tiempo, que ni siquiera existe.
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