2/3/09

Insoportable

La incomodidad no me deja pensar, es de esas cosas que lo convierte a uno en el que no está presente, el que no vive, no opina, simplemente se limita a poner la humanidad en algñun lugar para ocupar un espacio. La incomidad no me deja seguir adelante, es de esas incomodidades extrañas que se presentan pocas veces en la vida, esas incomodidades como cuando uno no sabe que responder, no sabe qué decir y en las cuales uno desearía tener el manual para toda situación para dummies, para poder por lo menos decir algo.

La incomodidad pesa a ratos, y muchas veces no es sólo por tener que quedarse estupefacto, mirando a ninguna parte y esperando que el tiempo pasé más rápido de lo normal para que todo solamente sea un error en la edición de la película. Pero muchas veces la incomodidad se expresa de otras maneras, el no querer decir algo, no querer sentir algo, no querer tener miedo. Es de esas incomodidades con uno mismo, cuando el alter ego encadenado, ávido de mundo quiere salir a luchar por uno, quiere mostrar esa otra cara, cuál fantasma de la ópera que tenemos. Pero esa incomodidad después de un tiempo se vuelve insoportable y muchas veces indignante para nuestro espejo. Qué incomodidad real la que se puede sentir, es estar atado de manos, tener mil pensamientos a la velocidad de la luz, y no poder resolver nada al final. Es la angustia y el desespero quizás de la vida misma, la levedad de ser, de existir, y lo precario que realmente somos todos, y todo alrededor.

Tengo una incomidad que no me deja ser quizás más directo o concretar ese pensamiento fulminante, genial que ocurre en fracciones de milésimas de segundo, esa que siempre nos salvará la vida y nos traerá el brillo del sol en su esplendor. Tengo una incomodidad tan extendida que quizás ya toque otras almas, algunas seguramente extravíadas en lo tumultuoso de la mente, otras buscando ser encontradas y muchas que no sabrán que están perdidas, o marchitas en su defecto. Hay tanto por ahí, literalmente regado, expuesto, expandido, abandonado que la incomidad se vuelve insoportable, no se encuentran las salidas, todo parece estar nublado y cada vez hay mas contracciones mentales, se acumulan todas esas cosas que deberían ser expulsadas y comienza a incomodar.

A veces quisiera no tener ni que abrir los ojos, mantenerme en silencio, innerte, dejando que todos y cada uno pasen en frente mío, simplemente escuchar y decir las cosas en voz alta para el desierto de sueños que se ha creado con el tiempo. Quedan muy pocas cosas, falta recuperar casi todo, pero quizás ya todo esté perdido, o por lo menos bien oculto e imposible de alcanzar. Poco a poco además he perdido las emociones que aquellas mismas cosas me podría producir tiempo atrás, todo parece que ha quedado impregnado en la rueda inevitable del importaculismo, esa que uno nunca quiere que crezca pero que aparentemente ahora hace parte de todo aquello que nos rodea. Es triste tener que pensar que no tengo nada que decir, porque no siento nada, y al mismo tiempo siento absolutamente todo con cada fragmento de mi alma, esa que todavía se mantiene en pie, suponiendo que algo así de alguna manera igual exista, y que sigue ahí, pegada como con babas, sosteniendo sueños perdidos, propios y extraños y pescando en los mares desiertos, esperando recuperar aunque sea el esplendor de algún día.

Pesa demasiado la incomodidad, a veces es insoportable pero al mismo tiempo inevitable e invencible. Me pican los sueños, se me desgarra el alma, se marchita la mirada y aún veo atardeceres a diario, solo, inmensamente solo. Espeo que otra alma, fragmentada más aún, se tope conmigo en una colisión sin precedentes y me expulse o me lleve dónde pueda dejar de cerrar los ojos y dónde pueda hacer soportable la incomodidad, y convertirla en esa dulce espina que atraviesa corazones ahogados de insensatez, para volver a respirar.

No hay comentarios: