19/1/09

Lo que hemos dejado

Todo aquello que nos rodea lo hemos olvidado, ya no es igual andar por ahí, como cualquiera que somos y realmente recordar por qué estamos aquí, o por lo menos creer por qué lo estamos. Hemos olvidado tantas cosas que a veces pienso que ya no somos homo sapiens, sino otro nombre científico para todo aquello que nos hemos convertido. Hemos olvidado tantas cosas que ahora parecemos máquinas dependientes de otras máquinas para crear una cadena inmensa y larga de actividades algo inútiles que simplemente hacen que lo que llamamos mundo siga girando, sin que nos demos cuenta.

Cuándo fue la última vez que saboreamos la crema dental y sentimos el agua fluir por nuestra boca, y la vimos descender en círculos perfectos por el drenaje. Cuándo fue la última vez que contemplamos una fruta y nos fijamos en la perfección de su circunferencia y del sabor dulce o amargo que nos produce. Cuándo fue la última vez que miramos realmente a alguien a los ojos, que tuvimos una conversación sin palabras. Cuándo fue la última vez que realmente dijimos te quiero o te amo a una persona. Cuándo fue la última vez que compartimos con un ser amado un atardecer, un amanecer, un café hecho en casa, cuándo fue esa vez que nod imos un regalo por compromiso sino por realmente sentir que debíamos hacerlo.

Todo eso ha quedado en el olvido, ya no contemplamos el aire, no escuchamos lo que dicen los árboles, no disfrutamos del suelo que pisamos, ni de las miradas extrañas, ni de los tonos de voz irreconocibles. Ya no disfrutamos del sol, de la luna, de contar estrellas en la noche, de comernos una manzana en medio de un verde parque observando miles de pájaros descender y juguetear con las migajas. Todo ha quedado en el olvido, ya quizás ni disfrutamos el levantarnos en la mañana y ducharnos y sentir como el agua recorre nuestro cuerpo. Hasta los besos se han vuelto insignificantes y andamos repartiendolos como si fueran insignificantes. Hace cuanto tiempoq ue realmente no apreciamos esos pequeños de la vida, lo que realmente nos hace estar vivos, el aire, la comida, los colores, el sonido de las calles, del parque, de las aves, de las manos que rozan las nuestras, de las caricias de vientos calientes y fríos. De conocer nuevos lugares, de apreciar la belleza de nuestras propias obras, de compartir palabras amables, sonrisas, un apretón de manos con algún desconocido.

Hemos olvidado casi todo lo que nos hace lo que somos a través de tantos años. Hemos olvidado lo valioso que cada cosa insignificante tiene en nuestras vidas. Hemos convertido todo en una rutnia sin vida, sin sensación, sin emoción. Todo se ha convertido en una lucha por no quedarse atrás de cosas que realmente no existen, de cosas insignificantes como poseer el último computador, el último modelo de carro, la casa más grande, la ropa del diseñador exclusivo. Se nos ha ido la vida en luchar por la insignificancia, por aquellas grandes cosas que no hacen sino opacar lo que realmente somos. Así es como hemos olvidado la amabilidad, lo suave y áspero de las texturas, lo profundo de los mares, el paisaje que hace nuestro entorno.

Quizás sea una maldición que generalmente durante gran parte de nuestra vida acutamos como idiotas, y nos cerramos a vivir lo que creemos es la vida. Al final de ella, seguramente cuando estemos solos o por lo menos alejados de nuestros seres queridos, o cuando poco a poco nuestra vida y la de muchos que nos rodean se vayan extinguiendo, recordaremos y suspiraremos por haber tenido más tiempo para pasear por el campo, por aceptar ese dulce de aquella persona, por haber probado algo nuevo que se nos presentó, por haber disrutado un poco más con esa persona amada. Por haber contado más cuentos, por haber leído más cuentos, por haber disfrutado de todo lo que se nos ponía enfrente. El miedo es quizás nuestro mayor karma y es muy difícil quitárselo de encima, quizás también son nuestros estereotipos y paradigmas lo que hacen que no podamos vivir a plenitud nuestra existencia y que muchas veces la creamos precaria, sin sentido y solamente nos enfocamos en lo que supuestamente la vida moderna nos ha dictado como forma de vivir.

Ojalá y pudiéramos olvidarnos de tanta idiotez y podamos empezar a tener una vida, llenarla de recuerdos, de sonrisas, de lágrimas de alegría y de tristeza. Ojalá pudiéramos tener toda una vida de abrazos, caricias, palabras y momentos significativos con aquellas personas que nos rodean. Ojalá y pudiéramos tener la oportunidad de realmente disfrutar la más leve lluvia, el más leve verano, los atardeceres que no se ven, los amaneceres muertos del frío. Ojalá y volviéramos a contemplar el aroma de un café en la mañana, del rocío de la lluvia, del olor de las frutas, de la niebla, de la oscuridad y de la luna. Ojalá y comenzáramos a vivir más temprano que tarde, porque el tiempo es implacable y no nos perdona ni da vuelta atrás, siempre llegará la hora en la cual nos vamos a arrepentir por tantas cosas que dejamos pasar y que por más simples que parezcan, es lo que realmente hace que la vida sea lo mejor que podamos tener.

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