16/10/08

Amores que matan nunca mueren.

Inmerso en un universo inmenso de sensaciones cojuntas, mezcladas, todas envueltas en el mismo papel y puestas en mi mano. Parece que las aprieto con todas las fuerzas, para no dejarlas ir, o por lo menos para contemplarlas por un buen tiempo y disolverlas con la mirada, volverlas polvo para dejarlas ir.

Es extraño que en momentos así realmente no tengo las suficientes palabras para contarle al viento lo que pasa en este momento por mi cabeza, por mi cuerpo, y como todo se revuelve una y otra vez y no sé en que dirección van, ni dónde van a terminar. Ahora siento la necesidad de expulsar muchas cosas de mí, pero al mismo tiempo siento que a mi cuerpo le cuesta trabajo dejar todo eso y se lo quiere comer, como lo ha hecho todo este tiempo y quedarse con todo, está aferrado a un montón de diversas emociones que ya no son muchas sino una sola. Una inmensa bola de nieve que se ha quedado estática.

Tengo miles y miles de pensamientos que pasan ahora por mí, muchos de ellos escaparán al olvido del universo, mientras otros dan y dan vueltas sobre mí esperando quizás una respuesta de sí mismos o esperan que yo los detenga y les de el secreto universal del no pensar. Me faltan palabras para transmitir, pero siento que tengo todo el léxico del mundo en mis manos en este momento y que podría escribir la prosa más extensa que se haya escrito, quizás epopeyas, poemas enormes que narren toda una vida, que puedan cubrir el océano entero y secarlo con la tinta impuesta en sus líneas y dibujar en todos los mares la historia que ira de playa en playa dejando huella y marcando la vida de aquellos que puedan leer sus líneas.

Habría tanta vida para escribir y poco tiempo para contar que quizás simplemente las palabras se agoten antes de ser escritas o habladas y no quede sino el inmenso silencio de una nada llena, intensa, extasiada de todo que implosionará para sí y dejará todo inundado de sin sentidos. Las cosas van y vienen, quedan las heridas y algunas cicatrices en medio. Quedan los vestigios de los suspiros entrecortados que se carga el viento y los descuartiza para repartirlos por aquí y por allá, dejandome desnudo, sin el más mínimo reparo de abandonarme y dejarme morir. Los amores que matan nunca mueren y aunque salgan de mí y los eche a volar con mis propias manos y los expulse, siempre quedarán tatuados en mi alma y en algunos rincones de mi piel, como aquello de lo que pudo haber sido, de aquello que fue, de aquello que nunca quise que fuera y de todo lo demás que me perdí.

Aquellos colores oscuros, densos, pastel. Aquellas heridas profundas, las gotas de sangre que quedan plasmadas en medio de mis ojos invisibles para todos aquellos que me han olvidado, y para todo aquello que olvido. Todo queda marcado en la línea de las manos, quedan los pasos y las huellas profundas de todo aquello que me revolcó. Ahora no hay más que aferrarse a lo que no queda y dejar ir lo que siempre ha estado, igual los amores que matan nunca mueren y podemos morir una y mil veces, como quizás ya lo he hecho, pero sin embargo todo eso nunca muere y regresa como las olas van y vienen de la playa y mis pies, son mis manos, mi cuerpo, mis pensamientos, mi mirada profunda a tus ojos, y los suspiros mutilados por el aire que se dispersan entre tantos oídos sordos que simplemente soplan para que a la final ninguno de ellos llegue a ningún lugar. Y mueren, pero no matan, mientras uno mata, pero ellos no quieren morir, y en cambio muero casi siempre, aunque no para siempre, y lo que me ha matado, nunca muere.

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