18/4/10

Miranda

Alguna vez le dije a Miranda que todo aquello no eran más que palabras que irían a parar a ninguna parte, que no se esforzara demasiado que al final éste mundo es tan impersonal que todo iría a parar en el culo del mundo y que si no nos toca ser el de turno en el momento, entonces todo estaría bien. Siempre me discutía por lo mismo, siempre era las mismas frases estructuradas con ligeras improvisaciones cuando veía que hacía esa cara de saber lo que iba a decir en seguida, entonces cambiaba el libreto, o eso creía, y me trataba de sorprender con la misma idea pero en orden diferente.

Casi nunca se callaba, aunque para ser sinceros era muy tímida, nunca hablaba con nadie, se sentía incómoda inclusive cuando yo saludaba a alguien en la calle, nunca alzaba la mirada, siempre se quedaba como extasiada dentro de sus propias manos jugando seguramente a hacer figuras mentales y perdiéndose en océanos de nimiedades. Aún así siempre que andaba conmigo era imposible no escucharla, no sólo porque su voz era dulce, armoniosa y era imposible no decir que lo envolvía a uno en una especia de aura mágica que era imposible ignorar. Yo podía quedarme horas ahí inmóvil escuchando lo mismo una y otra vez, eso sí ella nunca paraba, no me dejaba si quiera decir que quiera pararme e irme de ahí, todo tenía que ser a punta de gestos, si pronunciaba una palabra se sentía atacada y ahí si que realmente dejaba de hablar por largos períodos de tiempo.

Solía buscarme a veces en las tardes, sobretodo para ver los atardeceres casi imposibles de la ciudad, le gustaban sobretodo esas tardes en las cuales había llovido y cierto olor permanecía en la atmósfera, era quizás cúando más feliz era y se le notaba, sus ojos, su sonrisa y lo más importante solamente quería quedarse ahí sentada tratando de llevarse un poco de sol mientras se hundía en el ardor de una jungla de cemento. Luego simplemente se paraba y se iba, por lo general me dejaba sólo y volvía a aparecer días después, a veces me tomaba de la mano y silenciosamente caminábamos de vuelta a casa. Siempre me preguntaba que tendrían esas tardes que la hacían no mucitar palabra, que sería tan especial que aunque siendo la misma era la Miranda que casi nunca se dejaba ver.

El tiempo pasó entre atardeceres, algunas noches de monólogos mientras yo cataba vino y fumaba algunos cigarros, otras veces simplemente sin razón alguna me abrazaba y se quedaba a mi lado sin si quiera mirarme o pedir nada, podía estarse horas enteras inmóvil, una cualidad que siempre le admiré pero jamás pude copiarle. De a poco aunque había más lluvias, las llamadas eran menos frecuentes, a veces iba yo sólo a buscarla en los usuales sitios dónde podría estar y nunca tuve suerte. Luego simplemente no volví a escuchar su voz. Traté de buscarla en su casa pero nunca nadie respondió, me encontré con las pocas personas que podrían saber algo de ella, y casi ni la recordaban. Había pasado un tiempo, todo se volvió silencioso y trataba de atrapar atardeceres por mi cuenta, siempre después de una tarde de lluvia. Lo último que le dije a Miranda era que no se preocupara, que esas palabras en un mundo tan impersonal no irían a parar a ninguna parte a menos que fuéramos el culo del mundo de turno y entonces ahí si tendríamos que preocuparnos.

No sé si me escuchó, tal vez lo hizo y por eso quizás quiso atrapar el atardecer por sí sola y andará perdida en medio del gris y el naranja del horizonte. Quizás algún día no tuvo nada más que decir y simplemente decidió partir, seguramente de este mundo, y andará posiblemente endulzándole el oído a los ángeles o martirizando a los demonios. De pronto se ha transformado en lo que siempre quiso ser, cosa que nunca supe pero sospechaba que quería ser alguién u otra cosa más excepto ella, y merodea por los mismos lugares, de pronto está conmigo cuando miro el atardecer y trata de comunicarse pero no domina aquello de la traducción de su idioma al humano corriente.

Nunca hablé con Miranda, porque mis palabras nunca fueron necesarias, porque nunca quise quizás hablar más de la cuenta o nunca quise responderle, pero la extraño más de lo que extraño mi propia vida, porque mi vida era ella y ahora en el inmenso silencio de los atardeceres y ese olor a lluvia me siento abandonado y sin rumbo, porque ella era el rumbo, era lo que me mantenía vivo matándome de a poco y consumiendo todo lo que tenía mi ser. Lo último que recuerdo es haberle dicho que esas palabras irían a parar a ninguna parte, ya que en un mundo tan impersonal a nadie le importaría e irían a parar en el culo del mundo y mientras ese no fuera el nuestro todo estaría bien. Quizás se fue a buscar alguien que la escuchara en el culo del mundo, quizás nunca debí decirle nada, quizás fue un error decirle eso, lo único que pude decirle después de tanto tiempo, y seguramente no era lo que ella esperaba y por eso me abandonó. La extraño más de lo que me extraño a mismo, porque quizás siento que yo me fui con ella y quedó solamente esa sombra que divaga de un lado a otro tratando de encontrarla, para encontrarse a sí mismo.



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