18/11/09

Gustos y tactos

No hay nada, todo es un inmenso espacio, ocupado por el vacío que pesa y pesa. Una cacofonía de silencios se confabulan en el ambiente ensordeciendo hasta las pensamientos. Nada a la vista. Los suspiros y las plegarias no parecen surtir efecto, todo se mantiene igual pero hay algo que ha sido removido del fondo, hay un espacio, ahí, que quizás siempre estuvo pero ahora se hace evidente, es como una astilla que acaba de resucitar y pretende hacerse notar.

Los colores son diferentes, aquí el viento sopla más fuerte y por lo tanto las nubes y la luz del sol siempre danzan con diferentes colores, se besan, se odian, se atraen, se repelen y crean una relación simbiótica que idiotiza a cualquier que la vea. Pero la nada es más grande y parece expandirse cada vez más. Hay tanto para repartir pero nadie alrededor, solo miradas ciegas que deambulan sin darse cuenta de la mano que se extiende y les ofrece un pedazo de vida.

Casi todo permanece igual, pero ahora parece que todo se desacelera, los detalles se hacen más evidentes, pero siguen con la misma relevancia, la visión se hace más aguda, pero ya no hay nada más que ver. Dar un paso u otro se ha convertido en el ejercicio diario simplemente por la inercia que tiene el cuerpo de moverse. Los árboles ya no parecen cantar y parecen haberle perdido el ritmo al viento. Las aves cantan en silencio, para sí mismas, se han olvidado de aquellos oídos sordos pero atentos a sus dulces melodías. El color se enfurece, se hace intenso, se cuela por los poros y dan ganas de tomarlo y tragárselo hasta el fondo del alma, pero en un momento parece que todo se nubla.

Uno sobre otro siguen creciendo, las cosas, esos, esas, todos, yo no sé si estoy arriba o abajo o en un punto intermedio, no puedo ver hacia ningún lado aunque tengo la fuerza suficiente para mantenerme en pie y no dejar que mis ojos se cierren. Porque al cerrarse esa imagen perturbadora volverá una y otra vez, es borrosa, no es clara, pero está ahí, no se por qué, pensé que la había borrado completamente de mi mente, pero no, no lo he logrado, algo ha detonado de nuevo esa astilla e incomoda y se mueve de a poco, le he dado vida de nuevo, he alimentado su olvido con mis recuerdos, con un latido de mi corazón que se perdió en el eco de la indiferencia inmensa de la nada, pero ahí está ella, esa astilla penetrante que ha recibido un golpe de aliento y ahora lucha por salir.

No hay nada, no siento ni el frío ni el calor, ni lo tibio que puede ser. Los colores se confunden, siento sabores que parecen iguales, el sonido se hace sordo y penetrante, no entra sino aire en mis sentidos. No puedo cerrar los ojos porque sé que los volveré a abrir y no podré resolver el acertijo y además tendré que luchar contra ese fantasma, contra esa astilla y no sabría que estrategia tomar ya que pensé que la había eliminado del todo. Me siento incómodo, torpe, confundido, pero sobre todo torpe, de esas cosas que averguenzan muchas veces y que por lo general no tienen solución.

No dejo de escuhar, no dejo de ver, trato de pintar otra vez el cuadro y ver un horizonte cercano, trato de borrar el viejo recuerdo que resucitó aquél fantasma y trato de encubrir mi torpeza con minimalismos mentales de distracción. Espero que funcione, sino tendré que dejar de extender mi mano y esperar más bien a ser arrastrado por alguna otra que también esté por ahí perdida, tratando de dar y que me encuentre, por casualidad, como esas cosas que nunca deberían pasar, como esas cosas que nunca deberían pasar, como esas cosas que uno quiere que pasen y esas otras que uno quiere que jamás, jamás, sucedan.

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