17/8/08

Acostumbrado

Me acostumbré demasiado a desacostumbrarme y ahora no encuentro el lila por ningún lado. Juego a ser dios de vez en cuando, un día como cualquiera, uno de esos días eternos en los que parece que las horas fueran las mismas. Ya no sé si creo en mí o solamente en los actos mágicos que puedo ejecutar cuando estoy en el trono, se me ha perdido el lila y los ojos negros y el blanco de la piel y las uñas azules y el rojo, ya no recuerdo cuál era ese rojo.

He perdido la costumbre de estar acostumbrado, he perdido la maldita costumbre de ser parte de una, de estar inmiscuido en los rituales del día a día, para que sigan siendo los mismos, pero esta vez acostumbrados a ser diferentes y en cierta medida un poco menos grises que los de ahora. Pero estoy tan desacostumbrado que me he acostumbrado demasiado a estarlo, ya he perdido los aromas que me recordaban algún vestigio del pasado. Siento que todo es nuevo para mí, estoy descubriendo de nuevo que es ésto de estar vivo y de sentir la melancolía con cada suspiro, con los cuales se desvanece cada vez más el rojo que no recuerdo más.

Se me han olvidado los olvidos, eso que a mí nada se me olvida, se me han refundido por ahí algunas lágrimas y algunas palabras que seguramente se han escabullido entre mis piernas para huir a tierras más fertiles, pero al final esta bien que sirvan de celestinas para aquellas otras almas perdidas que no han perdido el lila, ni el rojo y que aún recuerdan que no se debe olvidar y si olvidan siempre se olvidan que han olvidado. Sigo refundido, tomando un poco de estos días y de los otros, tratando de encontrar el color perfecto de un atardecer, ese que uno siempre quiere regalar, el cuadro perfecto para cualquier alcoba en dónde permanezca intacta esa llama inmediata del sentimiento y dónde nacen y mueren los suspiros.

Pero se me han refundido rimas, y no encuentro muchas razones, me consumo poco a poco dentro del mismo humo que poseo, ese que cada día me hace más viejo y no me dice nada, no me quiere decir nada mientras una a una las colillas se derriten del frío de mi compañía y siguen esperando, así como yo espero no tener que esperar más y refundirme entre algún mar profundo y hundirme sin posibilidades de subsistir más que en los mundos ajenos a los hombres.

Se me han perdido entre otras tantas cosas, las cosas que creo no había perdido, pero así es, no encuentro tinta, ni rojos, ni lilas, ni soles, ni nubes para hacer un collage del cielo y colgarlo sobre una ventana a que el viento se lo lleve a dónde mueren las flores que no se marchitan. El humo sigue merodeando el poco aire que me queda, no encuentro rimas, ni versos, ni armonías, ni manos frías, ni siquiera mis manos están en el aire ni se encuentran presentes, ya han sido poseídas por otros cuerpos que he abandonado, que me han abandonado. Ya el hoyo no es tan profundo y me sumo en completa calma entre sueños, mientras la herida deja la cicatriz inevitable de perder cosas y de perderse uno mismo. Es como tratar de quitarse el mismo saco todos los días, pero siempre él nos posee de a poco y ya no somos nosotros quiénes nos quitamos el saco, sino es él quién se deshace de nosotros y nos abandona a nuestra suerte, en medio de un lugar frío y oscuro, en medio de nuestras sombras que cobran vida y en medio de ese maldito humo que rodea todo a nuestro alrededor.

Y se desvanece todo en medio de un gris no muy seguro de sí mismo, así como el rojo que ya no recuerdo cómo era o el lila que me recordará la misma imagen desvaneciéndose siempre. Ya no quiero preguntar más que pasará porque todas las respuestas son a futuro inalcanzable, porque no quedan más rojos que los que he desechado en medio del rio sin encontrar ese perfecto que solamente sea uno. Perdí en el momento en que comencé y pierdo cada vez que la estrella fugaz pasa ante mis ojos sin razón alguna, sin llamado alguno, y ahí ya he perdido. No quiero verla más y no quiero preguntar el cuándo del futuro sera el ahora que el humo consume y consume y que se aburre de mi soledad.

Me he acostumbrado tanto a desacostumbrarme que no sé cuanto tiempo tomará el acostumbrarme de nuevo a estar acostumbrado y cuándo llegará el día en que el letargo de desacostumbrarse termine para volver a comenzar el ciclo de cambiar de costumbre para seguir acostumbrándome a todo aquello que cada paso depara.



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